martes, 3 de julio de 2007

¿Se llega a ser etnógrafo?

Ojalá hubiese sabido de la existencia de “Tristes Trópicos” cuando tenía diez años, épocas en las que en puntas de pies trataba de divisar una rosa valijita de “Juliana Antropóloga” en los estantes de las jugueterías. Hace un tiempo, hurgando entre fotografías y recuerdos, revolviendo entre los cajones de mi alma, desempolvando los cofres de aquellas memorias tan calculadamente seleccionadas; encontré una fotografía que lo delató todo. De sonrisas picarescas, las siluetas de varios niños divirtiéndose una tarde primaveral, con cabellos revueltos y disfraces coloridos; por un instante tal imagen me trajo una ráfaga de melancolía con aroma de mi perfume de aquellos tiempos; pero luego, abstrayéndome de tales sensaciones noto algo más, mi disfraz tiene una particularidad, y muy interesante: he aquí una pequeña antropóloga. Es ese instante un tsunami de recuerdos arrasan y puedo reproducir mi palabras de aquel día “quiero ser una exploradora”.
Es entonces que empiezo a pensar... necesito un rewind mental...a ver cuando fue realmente que surgió todo esto...¿Cuánto habrá en mi “pasión etnográfica” (si es que o entendemos en los términos de la “auténtica vocación” de la que nos habla Levi...) de aquel personaje antropoloco, (y heredado por tantos), de aquél viejo explorador curioso que comenzó apareciéndonos en dibujitos animados y demáses? Esas imágenes fantasiosas y hasta literarias, parecieran ser las mismas que pintan en mi mente a la antropología de los tiempo de color sepia. Me pregunto entonces hasta que punto esté no será otro de mis tantos personajes creados por mi volátil mente, como en otros tiempos lo supieron ser “rubia y oceanógrafa marina”, “cantante de una banda grunge” o “telekinética que se fue a vivir a la India” ...
Más allá de mi tendencia a volar con la imaginación, me pregunto que tan lejos estoy del rebaño, y si en realidad todos en alguna parte somos presos de esa imagen ficcional (y por cierto sumamente positivista), con la que comenzamos a conocer a la disciplina; y sin ser ingenuo, al unísono que comenzábamos a conocer nuestros primeros garabatos.
Pero ese personaje, la “científica loca”, pareciera haber perdurado en el tiempo a medida que los otros se fueron desintegrando quimicamente en mi cerebro y es objeto de la mayoría de mis reflexiones últimamente...
Al igual que Levi-Strauss, yo también creo que la etnología se trata de una “vocación autentica al igual que la matemática o la música”, más allá de lo que nos enseñan a entender por ellas, o de tal o cual habitus las acompaña, esa pasión por observar y por lo menos tratar de entender esa “otredad” es algo de lo que hasta ahora no he podido separarme.
Pero esa autenticidad a veces pareciera hundirse por completo en mares de especulación y cálculo. En ese proceso de escalar hacia “la academia”, luego de mucho tiempo sin saber hacia donde vamos, es cuando descubrimos que ese sentimiento y tendencia del pensamiento tienen un nombre, que hace siglos que se habla del famoso “científico de las sociedades” y de que hasta hay gente que trabaja con ello. Existen infinitas escuelas en las que podremos refugiarnos y acompañarnos con otros amantes de nuestras perspectivas. En ese trayecto corremos el gran peligro de dejar que nuestra vocación se contamine de determinaciones y endeudamientos academicistas, que ese ser espontáneo y auténtico caiga preso de determinados lenguajes científicos y metodológicos heredados; al igual que el peligro que todo músico corre en su carrera hasta llegar a ser un inobjetable intérprete sin olvidar en el camino su sensibilidad.
Más allá de las innumerables escuelas de pensamiento, creo que como se ha construido a lo largo de la historia el campo de este logos del antropo nos limita mucho en este querer conocer más allá de lo ya conocido; y si bien es difícil ir quebrando con los estereotipos de nuestro propio sentido común, inversamente proporcional a como vamos tejiendo nuestro propio mundillo aparte, igualmente nos quedamos cortos queriendo desnaturalizar los hechos sin darnos cuenta de que lo hacemos también desde acepciones ya conocidas.
Algo que agravo estas reflexiones fue un debate interesante que se dio en una clase varios días atrás...¿Somos capaces de Interpretar culturas? Según nuestra profesora si lo somos, y por la mayoría de mis compañeros también. Yo la verdad no sé si puedo creerme lo de la “Máquina de Etnografiar”, y mucho menos sé si puedo experimentarlo. Creo que si en tiempos pasados el mayor desafío se trataba se superar el límite de la otredad o si seríamos tolerables de soportar ese “desarraigo crónico” que devendría luego de divagar por los limites de las esferas culturales, y ni que hablar de las metodologías seleccionadas; actualmente el desafío sería reencontrarnos con ese sentimiento auténtico del que hablaba más arriba para luego tratar de encontrar un lenguaje en el que se desdibujen los limites entre nuestro objeto de estudio y los de nuestro corazón, y tal vez la antropología no nos sirva para lograr ese desafío. Tal vez la ciencia no sea el mejor camino para entender el ántropos.